El SIBO o sobrecrecimiento bacteriano en el intestino delgado es la aparición de forma incorrecta y excesiva de bacterias del intestino grueso en el intestino delgado. En personas sanas, el intestino delgado (proximal) no contiene prácticamente bacterias debido a su fisiología y motilidad, sin embargo en pacientes con SIBO aparecen >10^3 UFC (unidades formadores de colonias) aproximadamente.
Los síntomas más comunes del SIBO son malas digestiones, fermentaciones, hinchazón, flatulencias, dispepsia, náuseas y vómitos, dolor abdominal, estreñimiento y/o diarreas, intolerancias... Además los pacientes suelen mostrar una mala asimilación y déficit de los nutrientes: grasas, vitaminas liposolubles, como la A, D, E y K; vitamina B12, entre otras. Son pacientes que no digieren bien y eso les hace estar desnutridos, débiles, con el estado de ánimo muy bajo.
El SIBO es causado por un aumento de bacterias en el intestino delgado que deberían vivir sólamente en el intestino grueso, y por la presencia de microorganismos productoros de metano (arqueas). Las causas de este sobrecrecimiento pueden ser muy diversas, dificultando mucho el diagnóstico, como por ejemplo hipoclorhídria (falta de segregación de ácido gástrico), malos hábitos alimentícios, estilo de vida poco saludable, gastritis o enfermedades del tubo digestivo, inadecuada motilidad intestinal, celiaquía, enfermedad intestinal inflamatoria, enfermedades autoinmunes, diabetes, alteraciones morfológicas (diverticulosis del intestino delgado), operaciones, tratamientos farmacológicos...
Para realizar el diagnóstico se debe conocer la causa del SIBO, ya que es multifactorial y por ello el diagnóstico puede variar. De forma común, el diagnóstico del SIBO se realiza con el test del aliento, el cual mide en el aliento la cantidad de hidrógeno y metano (gases que en una persona sana solo se producen en el intestino grueso, pero en pacientes con SIBO también el delgado). Para realizar esta prueba se deben de seguir unas pautas. Sin embargo, suele tener falsos negativos, requiriéndose de su repetición o bien de una endoscopia para aspirar tejido del yeyuno y hacer cultivos. Si no se dispone de la posibilidad de hacerse la prueba, se pueden realizar estrategias nutricionales para poder detectar el SIBO, pero tienen un valor más empírico e intuitivo. Realmente, el diagnóstico del SIBO es muy difícil y usar todas las herramientas disponibles son las que aseguran que sea lo más certero posible.
Los tratamientos para el SIBO van dirigidos a restaurar la flora intestinal, intentando disminuir el sobrecrecimiento en el intestino delgado. Se pueden utilizar antibióticos tradicionales (amoxicilina, rifaximina, neomicina, metronidazol...) para limitar ese crecimiento, acompañados de estrategias nutricionales como es la dieta elemental (fórmulas nutricionales con los nutrientes ya procesados en forma de moléculas simples: aminoácidos, triglicéridos, glucosa, vitaminas, minerales,...), y antibióticos herbáceos (alicina, aceite de orégano, berberina...). Sin embargo, los pacientes con SIBO requieren de tratamientos muy delicados e individualizados, y no existen ningún protocolo establecido ya que se debe ir adaptando en función del estado y evolución de cada paciente.